El
mundo en tus labios. Te beso y siento todas las estrellas brillando y
la luna sumergida en un lago afrutado. Las nubes son hojas rojizas
del otoño pasado. Te miro y encuentro las luces del origen, el
génesis verde en tus ojos, paraíso naciente de aves.
En
tus manos, mil mariposas y un susurro de seda. Me rozas y el aire
deja de ser una única piedra gigante.
Llévame a la llama que comienza al final de tu boca, en tu latido - eco de la verdad, intenso calor de esencia nocturna -.
No me dejes nunca perdida en este universo, sin ti, sin la brújula que señala a tu espalda. Moriría sola, encima de la montaña de agua a la que le pusiste mi nombre aquella madrugada de desordenadas luciérnagas.
Atraviesa el círculo de cielo rojo refugiado en el murmullo de mis piernas. Busca con tu anhelo salvaje, mi tierno destello húmedo. Invádeme con la imagen crecida de tu deseo y tu voz, siempre tu voz, deslizante en mi cuello desnudo.
Súbeme al infinito de peces para contemplar la caída de los Imperios. ¿Elegimos ahora la isla desierta donde moriremos? Si se hace tarde, abrázame. Con los ojos cerrados presentiré todas las realidades que nos esperan y el sueño colectivo de los pájaros cuando sobrevuelan el Atlántico para redescubrir América.
Quiero acariciarte. Mis dedos son canales de Venecia jugando en tu cuerpo. La presión del tacto nos hunde en una larga espiral dentro de viajes cuánticos (dolor de flores encontradas en mitad del viento calmado).
El
movimiento nos hace humanos.
Trepa
por todos mis núcleos, uno a uno. Son tuyos y de los cincos sentidos
del horizonte. Marca mis alas con el balanceo de tu abismo.
La
brisa continúa palpitando en mi ombligo, pulsión de lluvia
tranquila que no renuncia a ser evaporada.
Mi
piel desaparece. Ya estoy dentro de tu alma, como un suspiro que se
ensancha
hasta encontrar la única parada que le pertenece.
Grito.
Respiro la huída de la muerte hacia el interior de las caracolas. El
mar siempre nos rescata: la
ola sin tiempo que avanza entre el fuego, la nada y la rosa.
En mi saliva se mezclan el definitivo descanso de tu néctar y mi continua pregunta sobre la existencia del Hombre. La espuma del vacío se aleja. Sólo queda el mundo, en tus labios. Y vuelvo a besarte, para sentir la vida evolucionada de un planeta imaginario.
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