El alba busca las palmas de mis manos con la claridad de tu lengua. El cielo nos rodea con su incendiado aro. La luna se posa en mi inquietud, se mueve, me arquea, me lleva al sol en un eclipse compartido con Saturno, me lanza hacia ti, me enreda en el alto tallo de nubes floridas, me echa a volar entre luces de mediodía, me baja a la estrella durmiente, silba su calor azul sobre la ofrenda boreal de mis muslos. Y muero de espaldas a la Antártida, en la eclosión universal del origen único.
Ya no llueve alquitrán detrás de la montaña de arena malva, hambrienta de orillas. Estalla la música en las grutas que atraviesan mi cuerpo formándose infinitas y desiguales estalactitas.
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