Cae sobre mis muslos abiertos una lágrima atemporal humedeciendo el íntimo recodo de mi fuego.
¿Es libre la existencia cuando tus alas me vuelan de puntillas y yo vago como una amapola perdida entre tus brazos?
La luz se recuesta en hilos de hiedra-pentagrama. La música crea sus números y descanso en la visión prolongada de infinito, en la brisa solar y sus ráfagas celestes sobre rectangulares olas de mar.
Amor, la tarde es larga, de sonido oscuro. ¿Dónde están las águilas blancas? ¿En qué isla de qué planeta?
No sé huir de tu boca. No conozco la luna de almendros y me quedo ausente bajo los anillos derretidos de Júpiter esperando la aparición de un nuevo cometa.
Sigo sintiendo hielo en las garras, las flores hundidas -raíces de pétalos- , el humo amarillo que se eleva ante la ceguera del cielo.
Amor, la noche es larga. El violín de jazmines no llega. Se ha estancado el velo del volcán ondulado en el centro de la Tierra.
El alfabeto de tu beso se apaga. Ya han llorado las vocales en mis labios. ¿Cuántos pájaros heridos caben en un alma? Respiro. Miro el horizonte magenta. Déjame el soplo de tu caricia en mi aliento, que la vida sin ti es larga (sombra de la rosa, nieve sumergida) y voy a necesitar el eco rojo de tu pulso (mundo-ausencia) calmando el rítmico dolor de mis muñecas.
jueves, 17 de noviembre de 2016
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Te irás, la vida se definirá por otros gemidos, se abrirá la puerta a la inmensidad triste. © Laura Villanueva Guerrero
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