La tarde empezó con la promesa de la brisa,
meciendo mi cuerpo sobre la longitud de tu vida.
Yo soplaba en tus hombros
para calmar las hogueras encendidas.
Detrás tuya dormía un dragón.
Después del penúltimo abrazo, grité:
¡vuelve pronto, amor!
Y me senté a esperarte en aquel rincón de rosas gigantes.
No volvías. Días y noches de lluvia sin luz.
Y te tragó la impaciencia de mi sombra perdida.
Brutal.
ResponderEliminarGracias, amor
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