viernes, 15 de julio de 2016
Lujuria
Prisionera de tus pecados capitales,
hoy me enseñas el primero,
con tu viva carnalidad en mi boca
y un reguero de baba caliente
cayendo por la comisura de tus labios.
El pulso se me entrecorta
con tu agrandado vaivén
sobre la delicadeza de mi lengua.
Te hablo.
Tú me oyes lejana,
como si hubiera estallado una granada
detrás nuestra.
Y entonces, me explicas: querida,
esto es un verdadero orgasmo.
Sólo se oye el mar a lo lejos.
Y, ahora, me sobras.
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