Una hormiga de recuerdos
me sube por las piernas
y se hace verdad impaciente
cuando te siento cerca.
Llegas a mi espalda desde el mar
y aún te quedan olas en los dedos
para acariciarme los hombros.
Una brisa de pájaros me envuelve
cuando sostienes mis caderas.
Ruge el fondo de mi silencio rojo
en la espera
de la palabra de tu carne.
Y me hablas dentro,
sin signos de puntuación, sin pausas,
hasta que liberas sobre mi
tu mundo de libélulas blancas
y la noche
vuelve a ser nuestra.
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