Pensaba que me temblaba el cuerpo,
pero era mi existencia entera
lo que temblaba.
Un huracán de Kansas habita
en mis venas;
en mis ojos,
sótanos para no ver más que oscuridad.
Lágrimas de mariposas candentes
me recorren las mejillas.
Anoche tu boca
adivinaba otros labios.
No amanece mar, amanece fango.
Y una luz afilada
que se me clava en el alma
que me hace sangre
que me eleva a un sol de sombras
y allí te nombro
una y otra vez
por si volvieras.
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