Te nombro en la noche cuando todo es silencio excepto mi cuerpo que es un grito caído del invierno, nieve roja que arde hacia tu boca y no soporta ninguna pausa si no sucede cerca de tus labios.
Sostengo la relatividad del tiempo en las manos. ¿Puede ser mi vida el segundo en que te siento dentro, como mi propia respiración? Eres la brisa del eco que una y otra vez me acaricia y me sube a la luna de los árboles.
Quiero amarte en la espalda, contar las hojas de las estrellas que iluminan tus hombros, abrazarme a tu pecho hasta que tus latidos vuelen solos entre mis dedos.
Avanza la noche. Tu desnudez es mi aliento, el delirio de mis lágrimas. El movimiento se hace hombre en tu lengua y yo soy sombra que huye del sol. Tu calor es la única luz que oigo.
Me enredas al borde de tu precipicio. Caemos juntos. Las nubes abandonan el planeta. Se encienden las voces del cielo. Danzan algas blancas en el fondo del océano.
Vuelvo a besarte y el mundo se da la vuelta para que la piel de mi alma descanse.
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