Me das el sol
(mi boca es el ocaso)
y suavizo con los labios
el borde del océano.
Sin límites,
me entrego
a este largo vuelo de pájaros.
Respiras
justo encima de mi latido.
El movimiento de tu cuerpo
silencia las flores de la tarde
y entre nosotros sólo se oye
el sonido del tacto
y mi aliento golpeando con los pies
el comienzo de un escalofrío.
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