Hablábamos de los límites de la oscuridad y estaban en tu sombra, tu marcha, el después, la distancia. Vago incompleta -alga hembra- cuestionando la ola y la calma. Y en mitad del océano, tu boca, único dolor de mi alma. Y sin embargo, eres ángel: traes la luz al bosque.
La tarde avanza sin aire. El vacío tiene aroma a nube rota sobre la soledad. Ya no jugamos al dominó de suspiros. Primero tú, que yo sigo sobrevolando el siglo XIX después de tu beso. Pero no me dejabas ir, en tus brazos formabas islas para todos mis naufragios. Quiero traerte otro racimo de luces violetas para el centro de la mesa, un universo de fuego más para sentirnos, un bucle de luceros y roces. Ahora sigue en mi espalda. Dejé una piedra con tu voz.
¿Lo ves? El olvido es una teoría pasada de moda. Yo te quiero. El sol, cariño, nos persigue (el lazo de tu cuerpo y mis excentricidades). Quizá el frío sea parte de otro planeta. ¿Me besas con todas tus hormigas? Voy a desmayarme, tu aliento me hunde en una fuente sufriente de rosas. Me agarro al hilo que queda entre las lunas menguantes. Te nombro mil veces con el pulso. ¿Para qué quiero las horas si no vas a abrazarme? Quédate a mi lado, para respirar juntos en las noches de ausencia.
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