La serpiente sube por tus tobillos con la lentitud del amanecer, te recorre, busca lugares sagrados donde se oyen latidos, te abraza con el aire para que sientas el mediodía en la carne (el sol en lo más alto), desequilibra tu alma con la lengua, te llama por otros nombres que sólo conocen tus manos, se estira en la tierra para recibir tu peso celeste. Es la fiebre de la piel en movimiento, una onda de locura en la imaginación, la mentira hecha hembra a medida, una espada clavada en el costado para saber que sigues existiendo y resistes al paso del tiempo y a las flores violetas de la memoria. Una luz que se vuelve oscura en contacto con tus creencias.
La sirena se anuda en el centro de tu cuerpo con la suavidad del mar y a veces se da la vuelta para mirarte con la saliva. Se balancea y nunca sabes adónde irán sus dedos, recoge conchas para recuperar la forma humana y sentir en los pies el calor de tus vértebras, te habla de amor cuando estás dentro de ella, vuela en tu piel como un pequeño árbol, dulcifica cualquier rencor sentido, descuelga el sol siempre que lo necesitas, te espera en la montaña clara de la noche para besarte, te dice cuánto te quiere mientras hunde sus uñas en tu deseo. Y nunca puedes olvidar su nombre.
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