Del dolor, aparto el infinito y lo cuelgo en mi oceánica lágrima azul. Me marcho a morir al espacio donde todo es aire rojo y la sangre de mi boca puede confundirse anónima con el crepúsculo. Allí te nombro con las manos y se deshace Marte:
el pétalo de luz esperándote,
la agonía sinfónica de la última caricia
y un hilo de grito alrededor del cuello,
ahogándome.
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