Tu caricia vence a la gravedad. Todo sube hacia la misma estrella y se iluminan los ojos de la carne para mirar muy adentro, donde el dolor es paz y la sangre corre hacia la orilla.
Nos cansamos de los paracaídas: saltar juntos, con el abrazo vertical del aire, la verdad al otro lado de la caída, las nubes echando raíces en los jardines, los peces llevando agua a las dunas y el canto del sol sobre nuestras bocas sumergidas en luces.
Bésame el cuello y deja salir mi grito por la única ventana que conoce mi cuerpo. Mi voz también es tuya. Se queda siempre como una despedida del frío en la palma de tu mano.
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