Tus manos llevan el gesto de la flor, la suavidad del pétalo. Me muestro, ante la llegada de la caricia, desnuda y callada. Tomo aire, detengo una lágrima en el borde tembloroso del párpado, me agarro a mis muslos para no volar antes de tiempo... Y siento la brisa crepuscular del mar, las horas caídas del sol, la tarde del hombre. En esa víspera del tacto, veo nacer los últimos pájaros sobre el Atlántico. Oigo la danza de las estrellas diurnas. Tan celeste el cielo que se va por el Oeste... Ay, amor, ¿vas a tocarme antes de que se nos adormezca la vida? Mira allí, en las nubes suena un canto de pequeñas hormigas. Quizá esa música mantenga hoy la Tierra encendida. Y nos amemos con el agua atravesándonos, curvándonos en una navegación tranquila. Se me quedará tu voz prendida en el sexo. Después contemplaremos la noche. Nuestras sombras nos abandonarán, vencidas por tanta luz expandida.
martes, 14 de noviembre de 2017
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