Egipcia. Escultura de Juan Fernández Mayo
Abandonas el aire,
el origen de la idea,
la pureza previa al arte,
para llegar a mi cuerpo
y dejarte los dedos,
identificando nuevas formas
a través del sudor.
Siempre me vence
tu ímpetu de pájaro,
los garabatos de tus labios
robándole saliva a la lluvia.
Tantas veces en tus ojos...
tu mirada haciéndome bella,
como si no existiera nadie más
a mil kilómetros a la redonda
y no pudieras parar
de devorarme el deseo
en cada uno de sus frutos.
Hablas.
La voz se vuelve piel extendida
en el silencio.
Nace una caricia.
El mundo se transforma o huye o vuela.
Y tú permaneces como un sol
radiante sobre la duda constante
de mi instintiva consciencia.
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